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Comarca Nordeste de Segovia



Nuestros pueblos

Así es Madriguera

Cuando llego a Riaza, tomo la desviación SG-V-1111 y al subir la cuesta de Vargalindo, voy viendo un paisaje muy dorado, muy de verano, muy diferente a las verdes praderas que luce en la primavera.
Ya en el chozo, lugar emblemático de este pueblo, orillo mi coche y una sensación de calma y arraigo llega a mi alma; recuerdo las palabras de Raimon que dicen quien pierde los orígenes pierde identidad cuando siento los hilos invisibles de mis antepasados que me enraízan en esta tierra; esta tierra con rasgos propios que me nutren y alimentan, conformando mi personalidad y mi presencia.
De frente y hasta donde mi vista alcanza, en el horizonte más lejano se me presenta el pico de Grado, altivo, desafiante, custodiando los montes más bajos. A mi derecha el macizo de Ayllón se muestra engalanado con una amplia paleta de colores, bajo un cielo limpio azul intenso, que me trae a la memoria una enseñanza de mi profesor de acuarela que decía si quieres que te quede bonito, pon cobalto en lo alto, pues así se pintaría este cuadro.
También de frente, en la ladera del monte más cerca del pueblo, se ve cómo la huella del hombre dejó su paso, la mina de caolín, que en los años 60 fue un proyecto, un intento de recursos y luego un fracaso; al día de hoy, como si de un sello propio se tratara, sus restos blancos en el paisaje se han integrado.
Y ya delante de mis ojos, como a 600 metros, se ve la espadaña roja y blanca de la iglesia de San Pedro; desciendo la cuesta para llegar hasta ella, en la que me adentro, y a mi derecha se encuentra la hermosa pila bautismal, que lució como tal en las Edades del Hombre, ubicada en la capilla de la Soledad; de frente, San Pedro preside el retablo barroco de tres calles. El amplio templo consta de tres naves y el coro.
Saliendo y a la derecha, la puerta metálica del camposanto guarda y protege a los hijos fallecidos del pueblo bajo una cartela de pizarra clavada en la piedra que dice:
Templo soy de desengaño,

Y escuela de la verdad.
Donde todo a voz, en grito

Implora ¡¡piedad piedad!!

El patrón del pueblo es San Pantaleón, médico del S.III que en griego significa El que se compadece de todos. El 27 de julio se venera y se celebra su fiesta.

Siguiendo la calle en dirección a la plaza, se encuentran el ayuntamiento y las escuelas. El paisaje histórico me va mostrando el resultado de los años de gloria de Madriguera, me refiero al periodo comprendido entre los años entre 1880 y 1910 cuando en su registro contaba con 750 habitantes censados, periodo en el que se construyó el esplendoroso caserío del que consta.
Madriguera por aquel entonces estaba considerada una pequeña ciudad, era la capital del contorno. Contaba con servicios como farmacia, médico, veterinario, comercio, escuela de niños y escuela de niñas y una herrería que abasteció, como se aprecia, de hermosos balcones y rejas; también había casino donde se alternaba y jugaba. Y para más ostentación los domingos había baile.
Era un pueblo de comerciantes y tratantes, tenía ganado vacuno, mular y caprino. Fue su momento de lujo y esplendor. Tenía tres eras, llamadas El Egido, Tres Casas y la de La Iglesia, que eran la alegría del verano, donde se trillaban y beldaban las parvas, hasta recoger las cosechas de trigo y de cebada. Pero a mitad del siglo pasado, mozos y mozas se fueron marchando, ya no había futuro, ya no había trabajo, su luz se había apagado. Llegó la decadencia a esta tierra bella, quedando abandonada y despoblada, volviendo a renacer cuando el viajero se enamoró de ella.
El gentilicio coloquial de Madriguera es cagamantas; creo que procede porque sus habitantes, dado sus quehaceres, no madrugaban, pero aunque suene ofensivo, los hijos de este pueblo se sienten orgullosos del mismo.
Despidiéndome del pueblo camino hacia El Negredo, en la Matajimena el río hace una leve presencia.

Al llegar al arroyo Vallejo y volviendo atrás la mirada, no puedo encontrar una panorámica más bella: algunos dicen que parece un decorado, otros un nacimiento, otros la ilustración de un cuento. Yo creo que ante esta vista se escribió aquella coplilla que empezaba diciendo:Madriguera para pintarla.

Y para terminar, los sentidos me cuentan las emociones que despiertan:

Ver sus calles y sus puestas de sol color piruleta. Oír al silencio y a la tranquilidad sonar en la plaza. Oler las fragancias a jara y a tomillo que el aire lleva. Degustar el agua de hierro de la fuente de los Tres Caños y tocar con las manos esta tierra roja ferruginosa, esta tierra fuerte y valiente, Madriguera, por sí misma esplendorosa.