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Foto: Miteco / Edición: Paula Andrade
Foto: Miteco / Edición: Paula Andrade

Colaboraciones

Lobos frente a cazadores: el debate sobre el control de fauna salvaje

La decisión del gobierno extremeño de controlar mediante caza las poblaciones de ungulados, ciervos, corzos y jabalíes sobre todo, en Monfragüe ignora las evidencias científicas sobre los beneficios del control natural por depredadores. El ejemplo de Yellowstone y la ecología del miedo demuestran que permitir que los lobos regulen estas poblaciones no solo es más eficaz, sino que restaura el equilibrio de todo el ecosistema. Nueva entrada de la serie Raices y Horizones

El control natural de las poblaciones

El pasado 19 de septiembre Europa Press informaba de la decisión del ejecutivo de Extremadura de controlar las poblaciones de ungulados (mamíferos con pezuñas como ciervos, corzos y jabalíes) en el Parque Nacional de Monfragüe mediante la caza, con batidas sin perros. El gobierno extremeño ha decidido no escuchar los informes del propio parque y de la comunidad científica que explicitan que: "Es el sistema que más daña la biodiversidad y debería evitarse a toda costa". Lo cierto es que el exceso de estos animales con pezuñas es un problema que en el Nordeste de Segovia conocemos bien, y puede resultar tentador acudir a esa misma medida como solución, pero hay motivos sobrados y pruebas empíricas que nos demuestran que es mejor no hacerlo. Sobre todo entornos como un parque nacional, dado que los objetivos de conservación se pueden ver profundamente afectados.

La caza es una actividad deportiva que genera ingresos muy importantes, de hecho, los cazadores son los primeros interesados en contar con ecosistemas funcionales y sanos para que la actividad sea sostenible. Y es que, cuando el ser humano va de caza, trata de abatir a los ejemplares más fuertes, los más vistosos, los trofeos, dejando de lado a los que puedan parecer enfermos. Los depredadores reales de esas especies dan captura precisamente a esas piezas porque son más fáciles de alcanzar. Esta manera de actuar hace que el depredador no sólo regule la población, sino que elimina precisamente a los ejemplares enfermos, reduciendo también el riesgo de contagio y expansión de enfermedades infecciosas que terminan afectando al ganado.

El ejemplo de Yellowstone: cuando los lobos cambiaron el paisaje

Dejar que los depredadores naturales hagan su trabajo mejora sustancialmente la salud de los ecosistemas. En el Parque Nacional de Yellowstone (EE.UU) reintrodujeron lobos, que habían sido cazados hasta la extinción hace más de 100 años, hace casi cuatro décadas. En muy poco tiempo, como era de esperar, cambió la demografía de las especies de las que se alimenta el cánido. Lo sorprendente es que también se modificaron los hábitos de forrajeo y alimentación de estos ungulados. Presionados por el miedo al depredador, los herbívoros (principalmente ciervos y otros ungulados) ya no se movían libremente por todo el territorio comiendo donde les parecía oportuno, en función de la abundancia de las plantas o de lo que les gustaba más, sino que comenzaron a dejar de visitar los sitios más expuestos y abiertos porque el riesgo de ser cazado allí era demasiado alto. La reintroducción del depredador natural redujo la presión desmedida de los herbívoros y los cambios en sus hábitos alimentarios permitieron que se abrieran espacios en los que las especies forestales podían desarrollarse más fácilmente. De forma inesperado, buena parte de los bosques del parque comenzaron a recuperarse y a reinstalarse en sitios donde hace decenas de año que habían desaparecido.

La ecología del miedo y sus efectos ecosistémicos se produce gracias a cambios en la conducta de los herbívoros. Estos cambios inducidos por el miedo al depredador regulan muy finamente todo el ecosistema ya que modifican la cantidad y el tipo de vegetación que frecuentan los herbívoros, de forma que a través del miedo, no con sus ataques y capturas, acaban regulando la estructura de los ecosistemas, algo imposible de conseguir a través de la gestión humana.

La solución para nuestro territorio

En nuestra región el exceso de corzos o jabalíes provoca problemas de seguridad vial que tienen graves consecuencias. Permitir que el lobo, el depredador natural de este ecosistema, regule las poblaciones de herbívoros reducirá mucho la peligrosidad de las carreteras evitando un gasto mucho mayor que el que supone compensar a los ganaderos cuando pierden reses por el ataque de un lobo. Una compensación que, sin duda, debe ser inmediata y justa.