Personajes del Nordeste
Bárbara Francisco Benito
Una dulzaina unida a sus raíces
Se siente de Sepúlveda, donde ha vivido toda la vida, y de Perorrubio, de donde es su madre y el lugar con el que siempre se ha sentido muy identificada, por ser todos como una familia colaboradora. Hoy es un día especial pues hay reunión de la asociación de vecinos, concurso de tortillas y cena. Se nota en la inquietud de los preparativos en el local comunitario, que da la bienvenida con la frase “El pueblo de todos”.
Empiezas con la dulzaina muy jovencita, ¿por qué?
Si no fuera de Perorrubio, no tocaría la dulzaina. La gente que conoce el pueblo, sabe que siempre ha habido músicos: por ejemplo, la charanga los Trastos Band, que este año cumple 40 años. Por otro lado, mis primos, Los Galleguillos, tocan la dulzaina los tres. Les recuerdo tocando en las procesiones de Perorrubio y yo diciéndoles a mis padres que quería tocar como ellos.
Vas a Las Aulas de Música de San Pedro de Gaíllos a aprender con 7 años. ¿Cómo fue esa etapa?
Recuerdo que no llegaba a las llaves y los agujeros de la dulzaina eran más grandes que mis dedos porque tenía las manos muy pequeñitas. En los 3 o 4 años que estuve, siempre era la más pequeña y sorprendía porque era una niña tocando con gente más mayor.
¿Por qué vas luego al conservatorio?
Carlos de Miguel, mi primer profesor, y su hermano César, que llevaba la parte de solfeo y tamboril, me animaron a hacer las pruebas del conservatorio de música de Segovia. Yo era pequeña y no sabía lo que era eso ni era consciente de lo que suponía. Era un poco ir a la aventura. Aprobé y ya en el conservatorio estuve con Ricardo Ramos de profesor. Tenía 11 años y fue el primer sitio en el que en clase de dulzaina estaba con gente más pequeña que yo. La carrera completa eran 10 cursos: 4 de elemental y 6 de profesional. Yo entré en segundo y estuve hasta cuarto de profesional seguido.
¿Cómo lo compaginabas con tus estudios?
Estaba estudiando en Sepúlveda y luego 1º y 2º de Bachillerato en Cantalejo. Iba dos o tres días a la semana a Segovia: las horas que estaba allí, más dos horas de viajes. Para mí siempre la clave ha sido la organización. El día que iba a Segovia ya sabía que esa tarde no podía hacer nada más, aunque muchas veces llegaba cansada y, si tenía que hacer cosas, las hacía.
Tu familia jugaría un papel importante en llevarte, traerte, estar allí…
Cuando se planteó la posibilidad de ir a Segovia, una de las incógnitas era cómo ir. La decisión la tomaba yo, pero afectaba a mi familia. La mayoría de las veces, siempre ha sido mi padre el que me ha llevado y traído. Cuando eres pequeña, no lo piensas tanto, pero cuando eres mayor, con otra perspectiva, te das cuenta del sacrificio que tuvieron que hacer mis padres por hacer una cosa que ellos sabían que a mí me gustaba y que formaba parte de mi educación. Siempre he estado muy agradecida porque fue un sacrificio muy grande y muchas, muchas horas de viajes.
Cuando va a estudiar a la Universidad a Madrid, decide tomarse un año de adaptación y deja el conservatorio que retoma en segundo de carrera. Ante lo difícil que era compatibilizar los dos estudios, haciendo jornadas maratonianas, decide dejarlo a falta de un año y medio para terminar como profesional. Lo pasé fatal, me dio muchísima pena porque, para mí, era el sitio para desconectar. Aunque tenía que estudiar y hacer deberes, era tiempo invertido en algo que me gustaba y disfrutaba allí, tocando con mis compañeros. Pero estaba sobrecargada y vi que no era mi desconexión: fue una decisión muy dura.
En San Pedro, en 2017, participas en las jornadas Dulzaineros: Semblanza y repertorio, junto a Rita San Romualdo, como joven dulzainera. ¿Cómo lo viviste?
Me sorprendió mucho cuando me lo dijeron y estuve encantada. Siempre he tenido mucho aprecio a San Pedro, no solo por las Aulas de Música sino porque es un pueblo que grita tradición y folklore, y lo llevan en las venas. Siempre me he sentido súper bien tratada allí, tanto por Arantza como por Carlos y César. Me hizo ilusión porque fue como volver a mis raíces, donde había empezado, y me sentí muy a gusto. Estuvo muy chulo.
¿Cómo vive una persona joven la dulzaina y qué le puede aportar?
Siempre lo he visto como un instrumento que me recuerda a mi pueblo: Perorrubio y la dulzaina van unidos. Te hace seguir anclada a tus raíces: saber de dónde vienes, quiénes son tus antepasados, cuáles son tus tradiciones… Es algo que, para la gente de aquí, es importante, porque creo que eso también forja nuestra personalidad.
¿Y dónde tocas?
Aquí en fiestas, pero últimamente, los domingos que debería tocar, no lo hago porque estoy durmiendo la salida de la noche anterior. Actúo más en otros pueblos con mis primos Los Galleguillos. Mi tío, Luis Carlos, desde Gallegos, ha vivido la dulzaina y se la ha inculcado a sus hijos. Yo intento aprender de él y sus historias de la old school, como lo llamo yo.
Persona muy inquieta, aunque ahora dice estar un poco de relax después de dos años intensos de máster, está muy implicada en la Asociación de Vecinos de Perorrubio y en la plataforma Segovia Viva, con la que se puso en contacto por un proyecto de fin de grado sobre la despoblación y la brecha digital. Allí conoció a Diego y a otras personas relevantes de la zona que quiere destacar porque no se les da visibilidad. “Hay mucha gente detrás, están el día a día en los pueblos haciendo mucho trabajo y no se ve de cara al público”.
A pesar de alejarse en kilómetros cuando se fue a Madrid, siempre ha sentido que su casa está aquí, y aquí acude los fines de semana, los veranos y cuando puede para involucrarse y estar pendiente de este pueblo, que es el de todos, y que entre todos mejoran por medio de hacenderas, que muchas veces son la excusa que necesitan para juntarse en el club. Un pueblo que suena a jotas y bailes corridos en la dulzaina de Bárbara y del que se siente muy orgullosa.