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Colaboraciones

El guardián de la tierra: retrato de un agricultor resiliente

Segunda entrega de la serie "Personajes del Nordeste" firmada por Evangelina Gutiérrez. José Luis Martín Gil, agricultor y ganadero de 52 años, representa la resistencia del campo castellano frente a la despoblación y las macro granjas. En esta crónica le acompañamos durante una jornada en Navares de Enmedio, donde mantiene viva la tradición agrícola entre tractores, águilas que lo acompañan en sus labores y una especial conexión con los animales que lo rodean. Un retrato íntimo de quien podría ser uno de los últimos exponentes de una forma de vida en peligro de extinción.

«Nos están echando de los pueblos, ya no saben qué hacer para expulsarnos de nuestras tierras».

«Cuando trabajo con el tractor una pareja de águilas siempre me acompaña en el recorrido»

Jose Luis Martín Gil, 52 años, agricultor y ganadero: tan duro como Navares de Enmedio, la tierra en la que nació y en la que ha decidido permanecer; tiene un lenguaje mágico para comunicarse con los animales y la agilidad de una ardilla para trepar, subir y bajar de cualquier sitio. Un sobreviviente nato a la catástrofe de la despoblación.

El primer contacto

El nombre de José Luis me llega a través de unos amigos en común, entonces le llamo y le explico lo que quiero hacer: "Ana Q me ha dado tu contacto, le confirmo, encantada de saludarte, me llamo tal y colaboro con el Periódico del Nordeste, me gustaría acompañarte durante una jornada completa de trabajo, tengo que ser tu sombra y pegarme a ti mientras trabajas y bla, bla, bla…". Silencio reflexivo al otro lado del teléfono, finalmente lo rompe para expresarme sus dudas al respecto: "No sé si te valdré de mucho, la verdad..."(con este comentario constato que no tiene muchas ansias de protagonismo, parece un tío humilde). "...Porque desde que dejamos de tener la explotación de vacas lecheras ‒continúa‒ el volumen de trabajo ha bajado bastante, bueno, pero si aún asi te vale, podemos hacerlo, puedes acercarte a la granja en estos días".

El lunes a las 9:00 de la mañana llego a Navares de Enmedio y José Luis aparece montado en una bicicleta para indicarme el camino. Es menudo y fibroso, quizás por eso se mueve tan rápido, intenta estrecharme la mano con formalidad para presentarse, pero me adelanto a darle dos besos. "Sígueme ‒me dice casi ceremonioso‒, comenzaremos por aquí".

El comienzo de la jornada

Al parecer la jornada se inaugura con la ruta del pan duro, el que nuestro agricultor va dejando a cada animal en cada parcela: primero una pequeña manada de cabras que lo reconocen como uno más, se fusionan a su alrededor y reciben gustosas el pan nuestro de cada día; luego un burro bellísimo de nombre Toño que habita la segunda parcela y, finalmente, un grupo de gallinas que dan vida a la tercera, aunque las gallinas estarán presentes a lo largo de la jornada, porque continuarán saliendo de los lugares menos pensados a dar testimonio de su existencia. «Es increíble lo que les gusta el pan duro a los animales», comenta mientras recoge otros abalorios, y lo hace como si aquello formara parte de un ritual.

Cuando llegamos a la nave donde se alimenta y come el ganado, el olor cambia repentinamente: huele a granja, no es desagradable como las de cerdos, es un olor particular, intransferible. «Hola Juanma», le dice a un hombre que acaba de adentrarse en la misma nave junto a Roky, el perrito fetiche de la granja, un bodeguero andaluz tan fibroso y enérgico como su dueño. "Es mi cuñado ‒dice señalando a Juan Manuel‒, trabajamos juntos", me aclara antes de que se lo pregunte, entonces le saludo y me responde con un escueto "Hola", todo indica que el tal Juanma es un hombre de pocas palabras. Jose Luis decide repartir el alimento equilibrado del ganado, son todos terneros, machos criados para matadero, ya no quedan vacas desde que optaran por cerrar la explotación lechera. Se sube a la valla de los corrales, salta y se vuelve a subir; qué envidia de estado físico que tiene nuestro agricultor, me digo.

"Estos terneros son curiosos y tranquilos, aunque a las vacas les cogía más cariño, porque las veía crecer desde mis 13 años, trabajaba con mi padre y yo ya había decidido que no quería seguir estudiando". Si bien no está obligado a hablarme durante la jornada, por lo visto se siente impelido a hacerlo, por educación quizás: "Mis hijos son muy estudiosos, como mi mujer ‒anuncia ostensiblemente orgulloso‒, y me alegro, porque con este trabajo estarían esclavizados. El día de mi boda tuve que trabajar desde la madrugada y casi no llego a casarme".

Suena el móvil de José Luis y este responde de forma inmediata: "Ah, sí, que entre el camión por la derecha, ahora voy". Cuando nos acercamos a un extremo de la nave, alguien está bajando un par de ruedas gigantes de un camión; y con otro aparato ‒uno que emite un ruido ensordecedor en medio del silencio del campo‒ se disponen a quitar las antiguas ruedas de un tractor al que terminan por colocarles las nuevas. El tío de la empresa proveedora hace rodar las viejas ruedas hasta José Luis y su cuñado, ambos se detienen a observarlas muy enjutos, como dos paleontólogos a un resto fósil: "Sí, mira, aquí se palpan las grietas", se comentan entre sí.

El tractor

Cuando nos montamos en un tractor azul él lo hace con la síntesis de movimientos de un bailarín, a mí me cuesta bastante más. El trayecto hasta el terreno elegido es irregular, es la primera vez que monto en un tractor y los juegos de los parques de atracciones no tienen nada que envidiarle a estos bichos, os lo aseguro. Hasta llegar a destino el paisaje continúa siendo tan seco, despoblado y castellano como siempre, aunque inesperadamente inestable como consecuencia del vehículo exótico que nos transporta. José Luis me cuenta que una vez le tocó rescatar a una ambulancia que se quedó empantanada "por allí", me dice sin soltar el volante. Acababa de atender una urgencia en Navares de Ennmedio y se atascó cerca de su nave, entonces le tocó sacarla con el tractor, tardó una hora en conseguirlo, pero los afectados lo percibieron como una especie de héroe, incluso grabándole en pleno rescate; aunque a él le hubiese resultado humillante de haberse encontrado en el lugar de los otros, y por eso ni se le ocurrió lo de grabarlo. Formas diferentes de ver el mismo acontecimiento.

"No siempre nos paramos a hablar entre dos tractores cuando nos cruzamos, solo si hay algo que comentarnos del trabajo", me aclara. Ese día no nos cruzamos con ninguno. Tampoco con ninguna mujer; continúa pesando nuestra ausencia en el medio rural.

El terreno elegido es pedregoso y de un marrón terracota, el tractor despliega dos rodillos parecidos a las alas de una nave espacial que comienza a desplazarse con movimientos circulares que procuran alisar, allanar el terreno irregular y repleto de altibajos. "Muchos agricultores terminan con problemas de espalda por los movimientos del tractor", me confiesa en una de las curvas. Le digo que esas curvas me dan miedo cuando pasamos junto a un barranco, por si el tractor se cayese por alguna. Nuestro agricultor emite una carcajada genuina: "Nooo, mujer, eso solo puede ocurrir si alguno se duerme al volante, pero no me ha pasado nunca en la vida". Un par de águilas comienzan a flanquear al tractor, José Luis asegura que siempre le acompañan en sus recorridos. Como los animales que de alguna manera lo han ido saludando durante la jornada, dice sentir una especial afinidad por ellos, y le creo. Le pregunto por la soledad de su trabajo y me dice que no le preocupa, hasta la disfruta. En realidad, lo de estar solo es relativo, porque es un hombre que vive en armonía con su entorno natural.

"Con el tiempo vamos ganando terreno, porque cada vez hay menos agricultores, por eso los pocos que quedamos tenemos más trabajo", sentencia uno de los últimos exponentes de una especie en extinción. "Nos están echando de los pueblos, ya no saben qué hacer para expulsarnos: entre las macro granjas y cosas por el estilo, quieren que abandonemos nuestras tierras".

Después de cerrar el último movimiento circular (¿puede que hayan sido treinta, cuarenta vueltas?), el tractor repliega sus rodillos tras haber cumplido su función alisadora. Retornamos a la nave sobre las 13:00, estoy un tanto mareada, demasiadas vueltas sobre el mismo terreno, lo que me ha quedado claro es que allí ya se podrá sembrar llegado el momento.

Nos bajamos del tractor al llegar a la nave, y alguna que otra gallina aparece de la nada para recibir a su dueño, también algunos gatos de color naranja; insisto, todo pareciera formar parte de la ritualidad que rodea la rutina de nuestro protagonista.

Cuando nos despedimos en la puerta, Manuel, un sobrino de dos años de José Luis, le reclama que lo coja en brazos, este lo hace y el niño me saluda diciéndome adiós. Me pregunto si los oficios de ganadero o agricultor llegarán hasta su generación o si las macro granjas se encargarán de acabar con todo. En el caso de José Luis Martín Gil, creo que resistiría, aunque se convirtiese en el último agricultor del mundo.