Reportajes
Conservación: ¿Gasto o inversión?
La mayor traba ante la que se encuentran los intentos por preservar la naturaleza y aumentar las áreas protegidas es el argumento económico. Sin duda, el coste económico de cualquier iniciativa, no solo las relacionadas con la naturaleza, es una parte importantísima para desarrollarla, pero cuando decimos que algo es caro ¿estamos teniendo en cuenta todos los aspectos que implica?
Los primeros años, cualquier negocio es económicamente deficitario, pero a la larga puede aportar beneficios mayores que la inversión que supuso en un principio. Así lo entiende cualquier emprendedor. Sin embargo, cuando se trata de proyectos de restauración de la naturaleza o de conservación de espacios con valor ambiental, lo único que parece tener valor es el coste económico inicial, obviando los beneficios futuros.
Hay argumentos morales, como el respeto al resto de seres vivos, que evidencian la importancia de defender el mundo natural. El argumento de la supervivencia de nuestra especie, ya que sin los servicios que nos prestan los ecosistemas nos veríamos abocados a la extinción, es, si cabe, más poderoso. Sin embargo, el argumento económico tradicional, que se centra en el costo de oportunidad de las medidas ambientales —es decir, en el coste a corto plazo que genera implementar las medidas de protección y en la pérdida de ingresos que supondrá dejar de cazar, talar, pescar o cultivar de cierta manera— está por encima de todo lo demás.
Algo que además de miope no es cierto: numerosos estudios indican que cada euro que se invierte en conservación de la naturaleza acaba generando entre 100 o 1.000 euros de beneficios, ahorros y retornos. Eso sí, esa mejora económica no es instantánea, pero acaba llegando, con frecuencia, tras unos pocos años.
Ejemplos que demuestran la rentabilidad
Siempre olvidamos que intentar maximizar los beneficios de un ecosistema mediante un solo uso —por ejemplo, la extracción de cuarzo o la tala de árboles— destruye la capacidad de ese entorno para proporcionar otros beneficios mucho mayores. Hay numerosos ejemplos prácticos que lo demuestran:
La recuperación de los manglares de Tailandia minimiza los efectos de los huracanes y favorece la presencia de peces de mayor tamaño, y por lo tanto más valor comercial, que los criaderos de gambas con los que, en nombre del desarrollo económico, se sustituyen esos ecosistemas protectores y que, pasada una década de explotación, dejan tras de sí una zona con agua salinizada y sin protección ante los embates del mar.
La naturalización del río Manzanares en Madrid, además de servir de refugio para los ciudadanos, reducir el efecto del calor y dar cobijo a numerosas especies, ha supuesto que los pisos de su entorno doblaran su valor.
La mejora de las condiciones de empresas dedicadas a la pesca y el turismo a partir de las medidas de protección y su declaración como parque natural en 2010 en las islas Medas (Gerona).
La inversión en mantener el hábitat de los gorilas en el Parque Nacional de los Volcanes, un espacio natural que se extiende por zonas de Ruanda, Uganda y el Congo, genera unos beneficios mayores que la agricultura intensiva a quienes viven en la región gracias al turismo y la producción local de alimentos.
Y estos son solo algunos de los ejemplos.
Comparando cifras
Se calcula que crear un sistema de protección que ocupara un tercio del planeta costaría entre 103.000 y 180.000 millones de dólares al año. La cifra es tan astronómica que es complicado valorarla. Eso sí, se puede comparar con los 35.000 millones de dólares que se emplean en subsidios a la pesca, los 700.000 de la agricultura industrial (de los cuales solo un 1% se destina al medioambiente) o los 300.000 que los países pagaron a las compañías de combustibles fósiles según el Fondo Monetario Internacional.
A la vista de todo lo expuesto, creemos importante darle una vuelta a esa idea de que invertir dinero en mantener un entorno natural que siga haciendo posible que el ser humano viva en la Tierra es un gasto inasumible.