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Reportajes

Ana Herrero y la señorita Mardomingo: teatro contra la despoblación

Nueva entrega de "Historias de labor y tierra", una serie de reportajes firmados por Evangelina Gutiérrez que trata de descubrir las historias ocultas tras las labores que dan vida a nuestra tierra. Desde el cartero rural hasta el veterinario de campo, estas crónicas te sumergirán en el día a día de quienes mantienen vivo el pulso de nuestros pueblos. Un viaje íntimo y revelador por el corazón de nuestra comarca nordeste

"Hay grupos de gente que no conocen la naturaleza teatralizada de las visitas y, cuando aparezco disfrazada y expresándome como la señorita Mardomingo, me confunden con una persona con problemas de salud mental"

Ana Herrero, 42 años, historiadora del arte, actriz, carismática hasta la médula y creadora de las ya míticas y exitosísimas visitas teatralizadas de Sepúlveda Viva (más de 90.000 visitantes en 12 años): el recurso que ha desarrollado para resistir al olvido y a la despoblación rural. Actualmente la figura más visible de este histórico pueblo y una referente para las nuevas generaciones; su fama se proyecta más allá de los límites comarcales. Sus aliados son el Arte y la Historia mezclados con una buena dosis de pasión por el teatro, la tradición oral y lo que se le da mejor: la gente.WhatsApp Image 2025 10 10 at 17.02.48

Primer contacto

Aprovecho que ya nos conocemos y le escribo un mensaje para narrarla: "Ana querida, ¿estarías disponible para narrarte para el Periódico del Nordeste uno de estos días, cuando termine el verano?". No tarda en contestarme: "Claro, Eva, cuando quieras, me encantan tus crónicas. Será un honor". Vaya, qué tía más humilde, pensé, y eso que podría ser toda una estrella de habérselo propuesto, carisma y talento le sobran. Pero decidió regresar a su pueblo y trabajar desde allí ofreciendo un producto de calidad. Y menudo desafío el que me esperaba a mí: narrar a una narradora.

La antesala: el camarín

Quedamos en la puerta de su oficina, frente al Ayuntamiento de Sepúlveda, una tarde de octubre que amenazaba con lluvias; Ana llegó hablando por teléfono, ultimando los detalles del siguiente grupo al que llevaría por el casco antiguo del pueblo. Me saludó afectuosa, como siempre, y entramos juntas al pequeño local donde guarda su vestuario y gestiona las visitas teatralizadas. "En media hora llegará Alejandro con el grupo y nos esperará en la plaza –me explica–; Alejandro es mi compañero, el guía con el que trabajo: mi mano izquierda, como yo le digo, porque soy zurda. Nos complementamos genial: a él se le da muy bien el orden y la organización, en cambio, yo soy más creativa y me muevo por impulsos", me comenta al tiempo que despliega su set de maquillaje y se coloca frente al espejo.

En breve se transformará en la señorita Mardomingo, una refinada dama decimonónica, el personaje que ha creado para darle vida a la historia de Sepúlveda y narrarla de forma amena. Para escoger su nombre recurrió a la archivera de Sepúlveda, que le proporcionó un listado de varios apellidos del siglo XIX de la región y este le pareció el que mejor encajaba. Ahora continúa esparciéndose la base de maquillaje –qué rápido lo hace: eso también es tener oficio de actriz–; le pregunto si es consciente de su rol como embajadora de esta zona. Me escucha con aire reflexivo, luego me confiesa que tampoco lo ha pretendido nunca y se sonroja al contarme que hace poco una adolescente le dijo que ella y sus amigos la percibían como un referente, y que eso la llenaba de mucha responsabilidad. Porque solo se ha limitado a hacer su trabajo y las repercusiones o especulaciones derivadas ya no le pertenecen.WhatsApp Image 2025 10 10 at 17.02.48 2

"La señorita Mardomingo es el personaje que más disfruto de todos los que hago, este proceso para convertirme en ella –me cuenta mientras se pinta los ojos casi de memoria– es el que más me gusta". En menos de quince minutos se encuentra peinada con un perfecto recogido y un maquillaje de teatro. Tarda otros cinco en ponerse el vestido con encajes, el sombrero y los zapatos blancos de época. Cuando descorre las cortinas verdes del camarín nadie puede dudar de que es la señorita Mardomingo la que se dispone a salir al exterior.

La persona / el personaje

El grupo ya está congregado en la plaza, es un grupo de jubilados en esta ocasión, la señorita Mardomingo se aproxima cautelosa con la intención de irrumpir en escena cuando el guía está hablando de los relieves del gran reloj del pueblo. El público nota su presencia desde lejos, porque ella se aproxima elegante y remilgada, pisando con gracia y delicadeza: "Mira esa de allí, jo, qué guapa la tía". "Eh, tú –susurra otro de los presentes–, hala, así se pisa, rubia, qué garbo tienes", "¿Acaso es Mary Poppins?", se pregunta la señora que está a mi lado, con indiscutible estupor. Nadie queda ajeno a semejante aparición y es entonces cuando interrumpe a su compañero para presentarse y contar la historia de la antigua plaza de toros de Sepúlveda. Lo hace con una voz dramática, afectada, como de dama incomprendida; el público capta la parodia y se ríe, o se sonríe, pero ninguna cara permanece indiferente, porque la señorita Mardomingo sabe cautivarles.

Una mujer de pelo rojo atraviesa la plaza en coche en ese momento, es una autóctona que conoce al personaje y por ello grita desde la ventanilla: "¡Mardomingo la más guapa...!", la gente celebra su intervención. Un señor mayor pasa por un costado bajando la cuesta y Ana –esta vez es Ana y no Mardomingo– lo detecta y mira sutilmente el reloj de la plaza, lo hace sin abandonar al personaje: porque el que pasa por nuestro lado es su padre, que va camino de recoger en el colegio a su nieto, el hijo de nuestra protagonista y ella, lo único que quiere comprobar mirando el reloj, es si su padre va bien de hora. Cosas que puede permitirse después de doce años interpretando al mismo personaje.

WhatsApp Image 2025 10 10 at 17.02.48 1"Hay grupos de gente que no conocen la naturaleza teatralizada de las visitas –me indica Ana antes de realizar su segunda aparición– y, cuando aparezco disfrazada y expresándome como la señorita Mardomingo, me confunden con una persona con problemas de salud mental y me dicen: 'Eh, señora, márchese, que estamos en una excursión, deje hablar al guía'". Nuestra protagonista es tan elegante como su personaje, por eso no se atreve a decir que la confunden con "la loca del pueblo"; seguramente para no herir susceptibilidades prefiere hablar con toda la corrección del mundo.

La visita continúa por diferentes rincones de Sepúlveda, la señorita Mardomingo desaparece y vuelve a aparecer como por arte de magia, siempre interrumpiendo al guía con calculada improvisación; Ana modula la voz antes de aparecer, una ritualidad que la acompaña desde el comienzo. Durante cada intervalo de tiempo, nuestra actriz aprovecha para cerrar con su móvil, que oculta en un pequeño bolso de encaje, otras visitas futuras: "¿Cuántos serían?, ah, sí, sin problema, ¿para el 30, no?, se lo digo a Alejandro, él te manda un correo".

Cuando el guía comienza a hablar del Conde Fernán González, un poco más allá del arco de Sepúlveda, la señorita Mardomingo reaparece con algo parecido a un suspiro para dejar clara su adhesión al personaje histórico; luego se arroja al suelo con gesto extravagante, reivindicando la fortaleza cristiana que construyó el conde de Sepúlveda, al parecer, la señorita Mardomingo es muy católica y conservadora. La reacción del público continúa siendo la misma: sorpresa, hilaridad y una conexión con la actriz y su personaje de las más genuinas, de las que no pueden fingirse ni comprarse, porque llegar al alma de la gente no está al alcance de cualquiera. No sé si con los años se transformará en leyenda, pero la señorita Mardomingo tiene todos los componentes para habitar las páginas de cualquier libro de Historia, donde también se cuelan personajes de ficción.

El cierre de oro

Ni el ruido de los truenos de la tormenta que terminó por desatarse consiguió nublar el final de la visita; en la Plaza del Trigo se cerró el círculo, delante de una panadería frente a cuyo escaparate se agolparon los visitantes, con la clara intención de llevarse algún bollo sepulvedano. Economía circular: todos colaboramos con todos para sostenernos, me dijo Ana o algo así creo haberle entendido. Sobre el final se quitó el sombrero de la señorita Mardomingo y se presentó como Ana Herrero, una actriz que, al igual que su compañero de equipo, situado a su derecha, creen en el arte como uno de los motores para la repoblación rural. Muchos aplausos, más aún de los que ya habían cosechado a lo largo de toda la visita.

"Ahora os traigo unas bolsas de plástico para que os cubráis la ropa, por lo menos hasta llegar al autobús. Alejandro os acerca en coche a las personas con problemas de movilidad, no os preocupéis", alcanza a decir nuestra protagonista. Y todos se marchan con un dulce sepulvedano en la mano, además del buen sabor de boca que les ha dejado la experiencia. Ana y su compañero se marchan a la oficina, me invitan a que les siga (para que no me moje); aun así prefiero mojarme, de eso se trata escribir.