Colaboraciones
El poder de la presión social: cuando el cambio viene de abajo
Pese a los intentos continuos de muchos grupos de presión, el cambio global es innegable por el aumento de la temperatura y la frecuencia de eventos climáticos extremos, por la sequía, por la pérdida de especies animales y vegetales o por la amenaza de enfermedades zoonóticas (que saltan de especies animales al ser humano) como al COVID-19. La crisis se complica de forma exponencial a cada paso que damos. Es tan profunda que, si queremos mitigar sus efectos, necesitamos realizar un cambio profundo en los sistemas político, económico y social con los que organizamos nuestras sociedades. La modificación requiere ajustes que deben asumir las organizaciones internacionales, los países y las todo-poderosas estructuras económicas. Sin embargo, parece evidente que sin presión social esos cambios no van a llegar a tiempo.
Es cierto que las acciones individuales no van a poder solucionar la situación. Respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero, por ejemplo, se calcula que, aunque todas las personas redujeran sus emisiones al mínimo, el descenso de emisiones no llegaría al 25%, cifra del todo insuficiente para resolver el problema. Con la contaminación por plásticos ocurre lo mismo, aunque dejáramos de utilizarlos a nivel privado, el problema no desaparecería porque la cantidad acumulada es gigantesca. De hecho, la tendencia a echar sobre los hombros de cada persona la responsabilidad de la crisis global no solo es injusta, sino que sirve para que desde las instituciones se siga sin hacer demasiado.
Se necesitan acciones colectivas e integradas, pero eso no quiere decir que nuestras decisiones y pequeñas acciones del día a día no sirvan para nada. Porque para lograr un movimiento social significativo se necesita la voluntad individual de muchas personas que, por separado, efectivamente, serían insignificantes ante el reto que enfrentamos.
A estas alturas, después de numerosas cumbres multilaterales y viendo el ritmo al que se toman decisiones desde los gobiernos y los órganos de gobernanza global, parece evidente que la acción tiene que llegar desde abajo, desde la sociedad civil. Son las organizaciones ciudadanas las que realmente están moviendo cosas. Es desde ahí desde donde están partiendo las medidas reales de lucha frente al cambio. Consideramos imprescindible que cada uno nos impliquemos en la medida de nuestras posibilidades en movimientos ciudadanos que promuevan los cambios, que apoyen las medidas de conservación o que exijan responsabilidades a las empresas, gobiernos u organizaciones que deforestan, contaminan o no reducen sus emisiones de gases de efecto invernadero.
La prueba de que la presión social sí que importa y cambia cosas son los programas de conservación como el del lince ibérico o el águila imperial. Cualquier proyecto de protección ambiental requiere de fondos para ponerlo en marcha y para sostenerlo el tiempo necesario. Estos ejemplos se mantienen gracias al apoyo social que los respalda y nos deberían hacer reflexionar porque demuestran que, cuando la sociedad muestra su apoyo, se pueden resolver problemas muy graves si se invierte dinero. Igual que nos volcamos en salvar al lince, deberíamos priorizar la toma de medidas drásticas para frenar la quema de combustibles fósiles o la reducción del consumo hasta conseguir que quienes toman las decisiones políticas y lideran las empresas inviertan en la protección y cuidado de la naturaleza de manera proporcional a la importancia que tiene para la ciudadanía.
Ahora que nos enfrentamos a un nuevo ciclo electoral, a la hora de elegir a quienes dirigirán la política de nuestros municipios, comunidades, países u organizaciones internacionales como la UE, sería conveniente asegurarnos de que la opción que elijamos tiene en su agenda el problema de la crisis global y, si bien es complejo que desde la política se actúe a largo plazo, que por lo menos no niegue la evidencia de la crisis ambiental y aporte una visión de conjunto que vaya más allá de los cuatro años de mandato para los que se les elije. Y no, no todos los programas que se presentan son iguales ni valoran la importancia de los retos ambientales que tenemos delante de la misma forma.