
La opinión de nuestros lectores
Las carreras de galgos: una tradición que debe quedar en el pasado
La reciente celebración del LXXXVII Campeonato de España de Galgos en Madrigal de las Altas Torres, Ávila, con el respaldo institucional de la Consejería de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural, nos obliga a reflexionar sobre la perpetuación de prácticas que, bajo el manto de la tradición, esconden una realidad devastadora para estos nobles animales.
Es desconcertante que en pleno siglo XXI, mientras numerosos países prohíben estas competiciones por razones éticas y de bienestar animal, en España no solo se mantienen, sino que se celebran con honores y respaldo institucional. La presencia de la consejera María González Corral y el patrocinio de marcas como Tierra de Sabor legitiman una práctica que implica sufrimiento sistemático para miles de galgos.
La realidad detrás de las carreras de galgos dista mucho de la imagen romántica del "deporte tradicional" que se pretende proyectar. Estos perros, naturalmente afectuosos y excelentes compañeros familiares, son sometidos a entrenamientos brutales que incluyen el uso de animales vivos como señuelo y la administración de sustancias estimulantes peligrosas.
Más allá de las competiciones oficiales, existe un submundo de maltrato sistemático. Los galgos que no rinden según las expectativas o son considerados "sucios" por desarrollar estrategias naturales durante las carreras son desechados de formas atroces: abandonados en pozos, colgados, quemados vivos o rociados con ácido. Las organizaciones de protección animal documentan continuamente casos de galgos con graves secuelas renales, neurológicas y motrices, producto de años de explotación y posterior abandono.
El argumento de la tradición no puede seguir siendo una excusa para perpetuar la crueldad. Muchas prácticas tradicionales han sido abandonadas cuando la sociedad ha reconocido su naturaleza éticamente inaceptable. Las carreras de galgos deben seguir el mismo camino. No podemos seguir celebrando como deporte lo que en realidad es una forma institucionalizada de maltrato animal.
Es hora de que España siga el ejemplo de los países que han prohibido estas competiciones, reconociendo que ninguna tradición justifica el sufrimiento animal. Las administraciones públicas, en lugar de respaldar estos eventos, deberían dedicar sus recursos a promover la protección efectiva de los galgos y garantizar el cumplimiento riguroso de las leyes de bienestar animal.
La verdadera tradición que deberíamos preservar es la del respeto por la vida y el bienestar de todos los seres sintientes. Los galgos merecen ser reconocidos por lo que son: magníficos compañeros que merecen vivir libres de explotación y crueldad, no máquinas de competición desechables al servicio del entretenimiento humano.
Rosa Matias es periodista y socia de Michinos, Colonia Felina de Cerezo de Abajo
