Personajes del Nordeste
Esther García: "En Cedillo aprendí la importancia del trabajo en equipo que luego apliqué al cine"
Esther García nació en Cedillo de la Torre en 1956, en plena época de emigración rural. Su familia se trasladó a Madrid en 1962, cuando ella tenía apenas seis años, primero al barrio de Carabanchel y después a Villaverde Alto, donde su padre trabajaba en la fábrica Mahou. Pero ese cambio físico nunca significó una ruptura con sus raíces. "Nunca nos desvinculamos completamente de Cedillo", asegura la productora, que recuerda cómo cada Navidad y cada verano regresaban al pueblo, manteniendo vivo el vínculo con la tierra que los vio nacer.
Los recuerdos de su infancia en Cedillo están marcados por el trabajo comunitario y las tradiciones rurales. García rememora con especial cariño la siega, la trilla, las matanzas y las hacenderas, esas jornadas de trabajo comunal en las que todos los vecinos se unían para arreglar el pueblo. "Los vecinos dependíamos unos de otros, trabajábamos juntos", explica, destacando cómo esos valores de colaboración y apoyo mutuo quedaron grabados en su forma de entender el mundo.
Aunque se define como atea y no comparte la ideología religiosa asociada a algunas tradiciones, García siempre ha participado en las actividades comunitarias porque valora enormemente el trabajo en grupo. "Aprendí allí la importancia del trabajo en equipo", reconoce, señalando que esa lección de Cedillo sería fundamental años después en su carrera cinematográfica.
El contraste entre la vida en el pueblo y la vida en Madrid fue notable para la familia García. Pasaron de vivir en una casa grande con patio y jardín a compartir un piso en un bloque de 14 plantas. Pero los cinco hermanos —Esther, Eloy, Marino, Lola y Rocío— se adaptaron bien gracias al apoyo de sus padres. Incluso el último año antes de la mudanza definitiva, mientras su padre ya trabajaba en Madrid, la familia permaneció en Cedillo para recoger la cosecha, una muestra más de ese vínculo inquebrantable con la tierra.
La entrada de Esther García en el mundo del cine fue completamente casual. Un amigo del barrio, Juan José Cerrato, la llevó al rodaje de la película "El pim, pam, pum, fuego!" de Pedro Olea en 1975. Lo que vio allí le fascinó: diferentes departamentos trabajando juntos por un objetivo común. "Me recordó al trabajo comunitario de mi pueblo", confiesa la productora, estableciendo así una conexión directa entre las hacenderas de Cedillo y los equipos de rodaje.d
Aunque originalmente había pensado ser maestra, aquella experiencia cambió completamente su rumbo profesional. Para su familia y los vecinos de Cedillo, el cine parecía algo inalcanzable, un mundo ajeno a la realidad de un pequeño pueblo segoviano. Cuando les contó sobre su nueva profesión, mostraron curiosidad e interés, aunque les costara entender cómo alguien de allí podía dedicarse a algo tan aparentemente lejano.
Con el tiempo, García ha ayudado a personas de su entorno que tenían interés en el cine, facilitándoles experiencias en rodajes para que pudieran tomar decisiones informadas sobre su futuro profesional. Una forma de tender puentes entre el mundo rural del que viene y la industria cinematográfica a la que se dedica.
El vínculo con Cedillo nunca se rompió. La productora sigue visitando regularmente el pueblo, al igual que sus hermanos, su hijo y su nieta. "Mi conexión con Cedillo, con la naturaleza y con la tierra ha influido en mi vida, ayudándome a mantener el equilibrio en el mundo del espectáculo", reflexiona García, quien encuentra en sus raíces rurales un ancla de autenticidad en una industria donde a menudo prima la apariencia.
Ahora, con el reciente Premio Elías Querejeta 2025 en su palmarés —que se suma a seis Goyas, el Premio Nacional de Cinematografía 2018, el Premio Donosti y más de 100 películas producidas a lo largo de su carrera—, Esther García representa la prueba de que los sueños no entienden de códigos postales. La productora destaca especialmente el Premio Donosti, que junto con el Premio Nacional de Cinematografía considera de los más importantes de su trayectoria.
Una niña de Cedillo de la Torre que llegó a producir las películas de Pedro Almodóvar, Isabel Coixet o Álex de la Iglesia sin renunciar jamás a los valores que aprendió en las eras de su pueblo: el trabajo en equipo, la humildad y el apoyo mutuo. Valores que, lejos de ser un lastre, se han convertido en su mayor fortaleza profesional.