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Personajes del Nordeste

Un secreto mar de pinares

Sigifredo Sacristán lleva más de treinta años custodiando uno de los tesoros naturales más extraordinarios de Castilla y León. Este agente medioambiental del Parque Natural de las Hoces del Duratón conoce cada rincón, cada ave y cada secreto de un paisaje que él mismo describe como "un mar de pinares que rompe contra la roca". Una jornada a su lado desvela la labor silenciosa y esencial de quienes dedican su vida a proteger nuestro patrimonio natural, mientras observan con preocupación cómo las nuevas generaciones abandonan estos territorios en busca de las ciudades.

«En este cielo he llegado a contar hasta 80 buitres que lo sobrevuelan como si fueran bombarderos»

Por Evangelina Gutiérrez | Cronista de "Historias de labor y tierra"

Sigifredo Sacristán (Sigi para los amigos), agente medioambiental, 56 años: riguroso, tenaz y un apasionado del trabajo que realiza. Si no fuera por su gran tamaño, diría que es un duende del bosque, absolutamente mimetizado con el paisaje que integra hace más de treinta años. Recorrer el Parque Natural de las Hoces del Duratón a su lado supone redescubrirlo como la primera vez; eso sin contar con los bellos rincones escondidos que solo él conoce y que ha accedido a mostrarme con la condición de que los mantenga en secreto: "Para que nadie los espolie ni contamine", decide.

El primer contacto

Llamo a Sigifredo una mañana y le comento que David A., un amigo en común, me ha dado su contacto para narrarlo. "Ah, sí, algo me ha dicho; bueno, si crees que este humilde agente medioambiental puede valerte para escribir un artículo, estoy a tu disposición." Lo único, eso sí, tienes que solicitarlo al Servicio Territorial de Medioambiente; son los procedimientos, ellos tienen que autorizarlo", me aclara. Y tanto, ya que ese mismo día presento la solicitud y cuatro meses después, con llamadas y reclamos por mi parte, me llega finalmente la autorización.

Una cita con la naturaleza

Quedamos en Villaseca un lunes al mediodía y allí me recoge Sigifredo en un coche blanco con inscripciones en verde, de los que utilizan los agentes medioambientales para hacer su trabajo. Resultó ser un tipo grandón, uniformado, con porte de sargento o general de algún ejército, aunque afable en el trato y muy campechano. "¿Vas a estar bien con esas zapatillas que llevas?", me pregunta con buen criterio, teniendo en cuenta que la Ermita de San Frutos, adonde nos dirigimos, tiene un suelo empedrado y mucha cuesta.

WhatsApp Image 2025 05 28 at 21.09.29 4Durante el trayecto, el traqueteo del coche confirma la irregularidad del terreno, una carretera rural que ahora me parece diferente a otras veces, quizás porque nuestro protagonista me habla de la alondra ricotí. Una especie protegida que anida por la zona y en la que nunca había reparado hasta observar una pegatina con su nombre pegada a la guantera que ahora tengo enfrente. Me explica que a los lados de esa carretera han tenido que modificar la vegetación para que la alondra ricotí pudiese asentarse: "Mira allí –me indica señalándome una pequeña caseta apenas visible–, ese es un refugio para observarla", puntualiza. Todo resulta nuevo a partir de sus explicaciones.

Antes de llegar a destino, una matrícula de coche aparece refulgiendo en medio de la carretera; Sigi detiene el suyo, la recoge y la guarda en el maletero. Me comenta que tal vez encontremos en el parking de San Frutos al coche que la ha perdido.

Cinco minutos más tarde, ya entrando a San Frutos, nos encontramos con una pareja de turistas. Por el acento, Sigi deduce que son de Galicia: "No, no necesitáis autorización para recorrer esta zona, tranquilos. ¿Sois gallegos, verdad? –les pregunta después de responderles a su duda–. Estuve echando una mano en Carnota, Finisterre, cuando lo del Chapapote", deja caer como al pasar. Un atisbo de simpatía asoma en los rostros de ambos turistas gallegos, que se alejan dándole las gracias, no sé si por la información puntual o por haber participado del rescate de su tierra tras una tragedia medioambiental hace más de veinte años, o quizás por ambas cosas.

A continuación me dice que aquella fue una buena experiencia de colaboración, y que con lo de la DANA estaba dispuesto a repetirla si hubiesen requerido de su ayuda, pero que para ese tipo de cosas siempre es mejor contar con los compañeros más jóvenes.

Sigi avanza a buen ritmo, incluso transportando los equipos de trabajo. Me explica que todos los meses toca hacer el censo de buitreras, que el parque tiene 800 parejas de buitres. Acto seguido se detiene frente a puntos estratégicos donde sabe que las encontrará y apunta en un cuaderno sus posiciones después de enfocarlas con el telescopio. Me invita a observarlas también y descubro a crías de buitre con una nitidez que solo he visto en documentales.

Durante la pandemia, me cuenta nuestro agente medioambiental, le gustaba tomar fotos de paisajes y ponerlas en redes sociales, cosa que sus amistades le agradecían mucho, porque era la forma que tenían de conectarse (los confinados en ciudades) con algún pedazo de naturaleza. Le pregunto si le hubiese gustado ser documentalista. Me dice que sí, que tiene esa vocación, pero que lo que de verdad le hubiese apasionado es haber sido ayudante de Félix Rodríguez de la Fuente. Como a tantos de su generación, deduzco.

Cuando pasamos junto a la Ermita, me cuenta que en Semana Santa se transforma en una Gran Vía, y que al año son más de 100.000 personas las que recibe. Se detiene frente a la placa escrita en latín donde se narra la leyenda de La DespeñadWhatsApp Image 2025 05 28 at 21.09.29 2a, me lo traduce al español con la rapidez de un traductor de Google y añade un par de frases propias para sintetizar la historia por la que muchos conocen a San Frutos. Al terminar de contármela, un grupo de turistas le observan expectantes, un público espontáneo con el que no contaba.

De regreso se detiene un par de veces más, enfoca con el telescopio y apunta cosas en el cuaderno. "Cuando pisé este terreno hace tantos años, lo primero que me llamó la atención fue este mar de pinares, ¿a que parece un mar que rompe contra la roca?", propone muy seguro; y lleva razón: efectivamente, parece un mar de pinares. A lo que añade: "En este cielo, en época de emparejamiento, he llegado a contar hasta 80 buitres que lo sobrevuelan como si fueran bombarderos". Un observador privilegiado, pienso al escucharle, de una parte del mundo que muy pocos conocerán.

Cuando dejamos atrás San Frutos y nos dirigimos a la senda larga del Duratón, Sigi me pregunta si estoy saturada de naturaleza. Le respondo que no y que quiero conocer lo que tenga para mostrarme. No puedo dejar de interrogarle por el contexto, por la despoblación. Me responde que es un problema irrecuperable. Luego hace referencia a las nuevas generaciones de agentes medioambientales, los que aprueban la oposición y vuelan a las ciudades, y se le nota resignado cuando lo dice.

Senda larga del Duratón, final de trayecto

Sigi me trasvasa un poco de agua de su cantimplora, porque me he quedado sin agua y ya son las seis de la tarde. Cuando llevamos aproximadamente un kilómetro, me dice que algo huele a descomposición en un tramo de la senda y lo confirmo; me indica que luego le echará un vistazo. También ha detectado el trino de diferentes aves durante la jornada, eso habla de oídos y olfato entrenados.

Poco después se detiene junto a un haya que emerge a la izquierda del camino: "Este es el único haya del Parque Natural –sentencia–, mis compañeros han reconducido a los sauces de alrededor para que no cayeran sobre el haya". Pienso que el trabajo de estos agentes es de cirujanos, milimétrico, de trazo fino; todo lo que contribuya a un delicado equilibrio, imprescindible y al tiempo invisible, para la mayor parte de la humanidad.

De los paradisíacos rincones escondidos del Parque Natural no daré cuenta. Los he disfrutado pero no hablaré de ellos, se lo he prometido a Sigifredo, para que no corra la voz y la gente los espolie o contamine, según me ha asegurado. Sobre el final se muestra preocupado por la utilidad de la jornada, por lo que realmente haya podido recuperar de la experiencia: "¿Tienes suficiente para escribir lo que necesitas?". A lo que le contesto que de sobra.