
Personajes del Nordeste
Pastor de recuerdos: Ramón López Pérez y la sabiduría de una época que se desvanece
Su mirada azul y serena y sus manos curtidas hablan por sí solas. A sus 83 años, Ramón López Pérez es un libro abierto de historias sobre el campo y el ganado en el Nordeste segoviano. Nos recibe en su casa de Cerezo de Abajo, rodeado de fotografías en blanco y negro que testimonian décadas dedicadas a la ganadería. Entre recuerdos agridulces y anécdotas llenas de sabiduría rural, este ganadero nos transporta a un mundo que, aunque cercano en el espacio, parece distante en el tiempo.
Ramón nació en Madrid en 1941, en plena posguerra, aunque su vida estaría ligada para siempre a este pequeño rincón de la provincia de Segovia. Sus primeros recuerdos están teñidos de tristeza: "Nací con un hermano gemelo que falleció a los cuatro meses", nos cuenta con la mirada perdida en algún punto del horizonte, como si aún buscara a ese compañero que apenas conoció.
La infancia de Ramón no fue fácil. Como tantos niños de su generación, el trabajo llegó antes que los juegos. "Desde muy pequeño ya estaba ayudando con el ganado. Apenas tenía tiempo para otra cosa", recuerda. A los diez años, un accidente marcaría su infancia: "Me rompí el brazo trabajando. En aquella época no había tiempo para recuperarse del todo, al día siguiente ya estabas de nuevo subido al trillo, aunque fuera con una mano".
Cuando le preguntamos sobre su formación, sonríe con cierta melancolía. "La escuela quedaba lejos cuando tenías que ocuparte del ganado. Aprendí lo básico, pero mi verdadera escuela fue el campo". Sus palabras revelan una sabiduría que no viene de los libros, sino de la observación constante de la naturaleza y los animales.
Su relación con Madrid fue breve pero intensa. "Estuve 22 días trabajando en la capital, pero aquello no era para mí", comenta entre risas. "La llamada del pueblo y de su familia fue más fuerte. Volví para quedarme". Y así comenzó su larga trayectoria como ganadero, una profesión que ha ejercido con pasión durante más de siete décadas.
UNA VIDA ENTREGADA AL GANADO
Entre las muchas decisiones que ha tomado a lo largo de su vida, Ramón no duda en señalar su preferencia: "Siempre me gustó más el ganado que la agricultura. La tierra es más predecible, pero los animales... cada uno tiene su carácter, su historia. Estableces un vínculo especial con ellos". Esta conexión con sus animales se hace evidente cuando habla de cada res como si fuera única, recordando características y anécdotas específicas de vacas que cuidó hace décadas.
Cuando habla de Cerezo de Abajo, su rostro se ilumina con orgullo. "Nuestro pueblo siempre fue especial, un cruce de caminos", explica mientras señala por la ventana. "Teníamos bares, gasolinera y hasta farmacia cuando otros pueblos no contaban con estos servicios". La antigua Nacional 1, que atravesó el pueblo hasta hace pocos años, marcó profundamente la identidad de sus habitantes. "Esa carretera nos trajo el mundo a casa. La gente de Cerezo evolucionó más deprisa que nuestros vecinos de la comarca, estábamos más expuestos a lo que venía de fuera", reflexiona con una mezcla de nostalgia y orgullo.
El negocio ganadero de Ramón evolucionó con los tiempos. "Empecé con vacas de leche, como casi todos en la zona. Cada día el ordeño a mano, sin faltar ni uno", explica con orgullo. "Luego pasamos a las vacas de campo, más para carne, y llegué a tener entre 280 y 300 cabezas de ganado". Sus ojos brillan al recordar épocas de prosperidad, aunque no esconde las dificultades: "Ha sido una vida de mucho sacrificio. El ganado no entiende de fiestas ni de días libres".
En el pueblo, la actividad ganadera estaba fuertemente regulada por normas comunitarias que ordenaban el uso de los pastos. "Había todo un sistema para aprovechar los recursos. Cada vecino sabía dónde y cuándo podía llevar su ganado", explica Ramón, evidenciando un modelo de gestión colectiva que ha ido desapareciendo con los años. "Era un sistema justo que permitía que todos pudiéramos vivir de lo mismo sin disputas".
A pesar de su dedicación casi absoluta al ganado, Ramón encontró tiempo para participar en algunas actividades culturales del pueblo. "En el teatro del pueblo participé varias veces", recuerda con una sonrisa nostálgica. "Hacíamos obras sencillas, pero lo importante era juntarnos y pasar un buen rato". Sin embargo, su compromiso con los animales limitaba su vida social: "Muchas veces me perdía las fiestas porque no podía dejar a las vacas. Mientras otros bailaban, yo estaba en el campo".
Los bailes del pueblo representan para Ramón recuerdos de juventud que atesora con especial cariño. "Tuvimos un organillo y luego un picú (un tocadiscos portátil). Era nuestra forma de divertirnos", explica. "No había tanta tecnología como ahora, pero nos las arreglábamos para pasarlo bien".
LA SABIDURÍA QUE SOLO DA LA EXPERIENCIA
Entre todas las anécdotas que ha vivido, hay una especialmente emotiva relacionada con un parto difícil de una de sus vacas. "Recuerdo una vaca que tenía problemas para parir. El veterinario estaba enfermo y no podía venir de inmediato", narra con detalle. "La vaca había expulsado mucho líquido y yo noté algo extraño. Cuando finalmente llegó el veterinario con su hijo, que estaba estudiando veterinaria, descubrimos que el ternero venía con dos cabezas".
Ramón habla con respeto casi reverencial de este episodio: "Tuvieron que hacerle una cesárea, pero yo les sugerí que hicieran la incisión un poco más atrás de donde querían hacerla. No me hicieron mucho caso, tuvieron dificultades y el ternero murió al nacer. Si hubiera nacido vivo, habría sido algo extraordinario, un ternero con dos cabezas".
Esta experiencia le sirve para reflexionar sobre su profesión: "En todas las profesiones, creo que hace falta que te guste lo que haces. Yo he vivido por y para el ganado, y no me arrepiento".
A pesar de su edad, Ramón sigue activo y comprometido con su vocación. "Todavía hoy me llaman otros ganaderos cuando hay partos difíciles", comenta con una modestia que no logra ocultar su orgullo. "Los animales te reconocen, saben quién tiene mano con ellos". En su pequeña granja, Ramón ha creado un particular santuario donde acoge crías que nacen con poco peso que alimenta con la leche de unas cuantas cabras, y que saca adelante con paciencia infinita. "Estos animales necesitan cariño y dedicación. La mayoría vienen débiles, con poco peso, pero con los cuidados adecuados salen adelante", explica mientras recuerda al pequeño corzo que seguía a una cabra como si fuera su madre.
Al despedirnos, Ramón nos acompaña hasta la puerta con paso lento pero firme. Su figura, recortada contra el paisaje del pueblo, representa un modo de vida que se desvanece, pero cuya esencia permanece en personas como él, guardianes de una sabiduría ancestral que conecta al ser humano con la tierra y sus criaturas.
Ramón López forma parte de esa generación de ganaderos que han visto transformarse el campo español durante el último siglo. Su testimonio es un valioso legado que nos habla de trabajo duro, pasión por los animales y un profundo conocimiento del medio rural, elementos que han forjado la identidad del Nordeste segoviano durante generaciones.
