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La opinión de nuestros lectores

Más de 100 personas en Riaza demuestran que el cuidado no es caridad, es un derecho

El I Congreso "Pueblos que cuidan" ha reunido en Riaza experiencias que demuestran que envejecer con dignidad en el medio rural no es una utopía, sino una cuestión de voluntad política. Mientras pueblos de Cáceres, Salamanca o Segovia aplican modelos que funcionan, la pregunta ya no es si es posible, sino cuándo vamos a replicarlo.

Fdo: M. Martín

Hay cifras que duelen. Como la que lanzó Gustavo García Herrero en el congreso celebrado estos días en Riaza: "No hay cosa más cruel que sacar a una persona mayor de su casa y de su pueblo". Detrás de esa frase hay miles de historias reales en comarcas como la nuestra, donde la falta de servicios obliga a elegir entre quedarse solo o marcharse a una residencia lejos de todo lo conocido.

Pero lo extraordinario de estas jornadas sobre envejecimiento activo no ha sido constatar lo que ya sabemos –que nuestros pueblos se vacían, que los servicios brillan por su ausencia, que envejecer en el medio rural es una carrera de obstáculos–. Lo verdaderamente importante ha sido comprobar que existen alternativas viables, que funcionan, y que tienen nombre y apellidos.Infografia congreso pueblos que cuidan

En Pescueza, un pueblo cacereño, gestionan desde hace más de veinte años un centro de día que ha permitido que nazcan 17 niños en el pueblo. Léanlo otra vez: diecisiete niños han nacido porque sus padres tienen trabajo gracias al proyecto de cuidados. Eso es invertir en futuro, no en parches. En San Esteban de la Sierra han creado viviendas adaptadas por 550 euros al mes. En Muñoveros, en nuestra propia provincia, han montado un proyecto de envejecimiento digno que está demostrando que otro modelo es posible.

La clave, como repitieron una y otra vez los ponentes, está en entender que los cuidados no son un gasto sino una inversión, y sobre todo, que no son caridad sino un derecho. Ana Isabel Esteban lo dejó claro con datos: las personas mayores aportan el 17% del PIB. No son una carga, son un pilar económico y social. Tratarlos como un problema es no solo injusto, es también profundamente estúpido desde el punto de vista económico.

El modelo que defendieron todos los participantes es el de Atención Integral Centrada en la Persona, ese que suena tan técnico pero que en realidad es puro sentido común: dejar que cada uno decida cómo quiere vivir, adaptar los servicios a las personas y no al revés, trabajar la prevención antes que la urgencia. Pilar Rodríguez insistió en algo fundamental: la dignidad no se negocia. Y la autonomía no es hacer las cosas solo, es poder elegir cómo quieres que te las hagan cuando ya no puedes hacerlas tú mismo.

Lo más potente de estas jornadas ha sido escuchar a las propias personas mayores del grupo de CAS presentando un estudio sobre sus expectativas. Porque de eso se trata: de que los protagonistas sean quienes viven el envejecimiento en primera persona, no expertos que hablan sobre ellos desde la distancia. Isabel Renieblas lo resumió perfectamente: "Ser mayor es ser experto en vivir".

Ahora viene lo difícil. Porque los modelos están, las experiencias funcionan, los datos avalan la viabilidad. Lo que falta es voluntad política para implementarlos. María Carmen García Martín, desde los servicios sociales de Prádena, planteó la necesidad de crear "un ecosistema amable de cuidados en el que esté implicada toda la sociedad". Eso requiere presupuesto, coordinación entre administraciones, cambio de mentalidad y, sobre todo, entender que los cuidados son un asunto político de primer orden.

Las más de cien personas que se reunieron en Riaza estos dos días han dejado claro que no se trata de utopías, sino de aplicar lo que ya funciona en otros lugares. Han trazado un camino con once claves concretas: diversidad de servicios, personalización, tecnologías útiles, sostenibilidad económica, implicación comunitaria. Nada de esto es ciencia ficción. Es simplemente ponerse a trabajar con seriedad y con la convicción de que nuestros mayores tienen derecho a envejecer donde han vivido toda su vida.

Como dijo Gustavo García Herrero, los servicios no tienen por qué ser rentables, son dignidad. Y la dignidad no tiene precio, aunque sí tiene coste. Un coste que una sociedad decente debe estar dispuesta a asumir.