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Reportajes

Anatomía de una luchadora rural

Treinta años de oficio avalan a Aurora, propietaria de una emblemática carnicería en Boceguillas que se ha convertido en punto de referencia gastronómico de la comarca. Con más de 250 clientes fijos en toda España y una capacidad de trabajo extraordinaria, esta mujer representa la resistencia del comercio rural frente a la despoblación. Evangelina Gutierrez, nuestra cronista de "Historias de labor y tierra", comparte una jornada con ella para descubrir las claves de su éxito.

«A los mataderos me iba a las tres de la mañana para elegir el mejor género y el personal no podía creer que eso lo hiciera una mujer».

«La despoblación me hace daño».

Aurora (prefiere que no conste su apellido), cuenta con treinta años de experiencia como carnicera rural y un local emblemático en el polígono industrial de Boceguillas, sitio de referencia cuando alguien necesita proveerse de buen género. Cuenta con más de 250 clientes fijos repartidos por todo el país, de los que recuerda a la perfección el nombre y realidad existencial de cada uno; tiene una capacidad de trabajo abrumadora, casi extraterrestre. Cuando se sonríe de lado se da un aire a la actriz griega Irene Papas, además de proyectar el aura de misterio que rodea a todas las personas de éxito. Ella pertenece a esa raza: la de los emprendedores que triunfan con lo que hacen y, a pesar de ello, quizás por vocación o por algún otro misterioso motivo, continúa trabajando todos los santísimos días del año.

La propuesta

Entro a la carnicería una mañana de diciembre (soy clienta esporádica, pero por supuesto recuerda mi nombre), le pido a Aurora un kilo de filetes de ternera, me pregunta si son para empanar, se lo confirmo y ella me los corta, pesa y envuelve, luego me pregunta si quiero algo más, le contesto que sí: "Narrarte, para el Periódico del Nordeste". Me observa un tanto sorprendida, tiene una mirada penetrante; a continuación le explico de lo que va la cosa, de compartir una jornada laboral prototípica y bla, bla, bla; no hace falta que termine de explicárselo, porque ha captado al vuelo la esencia de la propuesta. Accede sin rodeos, con la determinación que caracteriza a las pocas, escasísimas mujeres que se mueven en el mundo de la carne: "Llámame la semana que viene, el sábado 28 puede ser un buen día".

La jornada del sábado 28 de diciembre

Cuando llego a las 9:30, coincidiendo con la apertura al público de la carnicería, Aurora me recibe trabajando, claro, de qué otra forma si no. Está recogiendo las bandejas de barro donde se asarán los cuartos de cordero, mientras lo hace habla por teléfono con una clienta que insiste en comprar más cantidad de carne, pero nuestra carnicera la refuta: "...No, Pili, si sois dos personas con un cuarto te alcanza, no me encargues más; eso sí, lo acompañas con ensalada y ni se te ocurra poner aperitivos, eh... ¿Que cuánto te dura?, pues hasta veinte días en el frigorífico si te lo envaso cuando me lo pidas".

Al parecer la tal Pili le hace caso, no debe ser fácil llevarle la contraria cuando se trata de carne, porque si de algo sabe Aurora es de la materia prima con la que trabaja. Me permite seguirla hasta el interior del local (todo continúa teniendo una limpieza de laboratorio), compruebo entonces cómo coloca las quince bandejas de barro sobre una mesa y los cuartos de cordero en el interior de cada una, lo hace con la agilidad de una crupier que distribuye cartas sobre la mesa y con la precisión milimétrica de una cirujana. Me pregunto cuántas veces habrá realizado los mismos movimientos, es casi una coreografía.

Comenta que estos son para celíacos, por eso reciben un tratamiento diferente: "Van al horno sin nada", me explica, y luego los introduce en un horno de leña gigante. El horno parece una gran incubadora de corderos, que puede albergar hasta sesenta bandejas: treinta corderos enteros o sesenta cuartos que se asarán durante cuatro horas y a los que habrá que darles la vuelta en algún momento determinado. Me llama la atención que lo haga sola, sin la ayuda de nadie, porque su marido se encarga de los repartos y sus hijos se dedican a otras profesiones. No se lo pregunto porque intuyo la respuesta: porque se apaña.

El timbre suena y da cuenta de que ha entrado alguien a la carnicería, una clienta habitual (lo deduzco por la familiaridad de su estar relajado detrás del mostrador y por la forma de dirigirse a nuestra protagonista). "Buenos días Carmen, ¿qué tal estás?", "Hola Aurora, pues ya ves, con trancazo. Ponme panceta que tiene una pinta estupenda, no me la cortes muy gruesa".

Suena el teléfono, Aurora contesta mientras pesa la panceta de Carmen. "Hola Diego, dime. ¿Yo? Genial, no hay otra que viva mejor. Vale, llámame en diez minutos y te tomo el pedido". Termina de atender a Carmen y se pone a preparar una bandeja de lomo de cerdo con cebollas al horno. Vuelve a sonar el teléfono móvil y esta vez lo pone en altavoz para poder hacer ambas cosas al mismo tiempo. "Hola Aurora, ¿qué tal estás?". "Genial, Dani, mejor imposible" (por lo visto es su respuesta habitual, y suena genuina, natural cuando lo dice).

"Oye, que quería comentarte que al final estuvo muy bien la cena de Navidad en el restaurante, nos pusieron un poco de todo, un menú bastante completo…". Continúa hablando durante un rato con este cliente ¿amigo? mientras aprovecha para fregar algunas cosas simultáneamente. Después de cortar la llamada Aurora me comenta que lo de cenar en restaurantes en navidades ella no lo ha hecho aún, porque siempre se encarga de guisar para toda la familia en su casa, pero que no le parece mala idea: "Porque se mueve la economía: el carnicero, el hostelero, el proveedor de bebidas…". Esgrime la perspectiva de una empresaria, piensa en impactos económicos y en economía circular (yo no hubiese sido capaz de verlo así).

Son pocas pero pisan fuerte

Me consta que el mundo de la carne es eminentemente masculino, por ello no me sorprende cuando nuestra protagonista me ofrece un café y me confiesa que las poquísimas mujeres del gremio, a diferencia de los hombres, se ven presionadas para demostrar su valía: "Cuando comencé en este medio, treinta años atrás, tenía que marcar los límites permanentemente; me iba a los mataderos a las tres de la mañana para elegir el mejor género, y el personal de allí no podía creer que eso lo hiciera una mujer. Si me citaban a las tres yo estaba a las dos y media para elegir lo mejor. Por eso a ti te podrán decir que Aurora esto o Aurora lo otro, pero tú me pides un cordero y yo te lo tengo en tiempo y forma".

Le pregunto si su negocio tendrá relevo familiar cuando se jubile: "No —me contesta muy tranquila—, aunque tampoco me preocupa, mis hijos residen en la comarca pero se dedican a otras cosas y me parece muy bien que la gente joven elija su propio camino, no tiene por qué continuar con el negocio de sus padres".

Sobre el mediodía el olor a cordero asado comienza a tomar cuerpo y los clientes se van sucediendo, tanto en persona como por teléfono (he contado veinte entre unos y otros), y Aurora dice que hoy ha sido un día tranquilo. Tres chavales veinteañeros piden costillas y felicitan a nuestra protagonista por la calidad del cochinillo que se llevaron hace unos días. "Eres famosa Aurora, la gente sabe que tienes cosas buenas", enuncia uno de los chicos y a continuación le pide más chorizo y algo de salchichón.

"¿Cómo ha estado la Navidad en vuestro pueblo? —pregunta ella— ¿ha habido gente?". "Ni Dios", contesta el más dicharachero de los tres. Cuando los jóvenes se despiden, Aurora me dice que la despoblación le hace daño, que cuando mira a su alrededor la cantidad de parcelas vacías y sin construir dentro del paisaje de Boceguillas, se pregunta: ¿Quiénes son más responsables de esto, los especuladores que las compraron o los que permiten que esto ocurra? Su función se resignifica a partir de estas palabras, porque ya no es solo una carnicera estoica que desarrolla un negocio próspero en un medio rural que merma población a diario. En realidad, lo suyo es un oasis de prosperidad que emerge en medio de un desierto, el desierto de la Castilla despoblada. Casi un milagro.

Sobre el final, cuando me despido, le confieso que he aprendido mucho y que me ha resultado amena la jornada y le pregunto si alguna vez le han dicho que se da cierto aire a la actriz griega Irene Papas. Me dice que no y vuelve a sonreírse de lado: "Diles a los del periódico que vuelvan a imprimirlo en papel, que estas cosas tienen que llegar a más gente que no lee en digital". Cumplo con trasladarlo.

 

Este reportaje forma parte de la serie  "Historias de labor y tierra" escritos por Evangelina Gutierrez, un viaje por las labores que dan vida a nuestra comarca.